La pared- Por Paula López
- Pensando En Voz Alta
- 10 jun
- 4 Min. de lectura
No es que me arrepienta de ser madre. Desde chica quise ser mamá, formar una familia con muchos hijos. Mi mamá siempre decía que de lo único que se arrepentía era de no haber tenido más hijos. Ella era feliz siendo madre, quizá la única felicidad que conocía. Yo conocí otras felicidades, pero no eran para mí. Las mujeres como yo, no nacimos para eso.
-Eras tan buena, brillabas en el escenario- suelta Luciana en la fila del supermercado.
Hace por lo menos tres años que no nos vemos. Se acomoda el pelo rizado que lleva bien tirante en un rodete y los rulitos que le asoman por los costados. Ella tampoco se animó. Nunca la vi con el pelo suelto. No sé por qué no fui al supermercado de siempre, con esto de las promociones y los descuentos, me dejé tentar y ahora estoy acá con esta mujer que no para de hablar. Que se calle. Siempre cuido de no pasar por la cuadra de su casa. Y acá está, con su carrito lleno. Levanta los brazos, las manos huesudas que apoya en el carrito mugriento y después se las lleva a la boca como si quisiera disimular el estruendo de esa carcajada que tuvo siempre.
Tendría que haberme puesto en la otra fila, se está moviendo más rápido. No sé qué pasa con el posnet, el tipo de adelante le entrega a la cajera distintas tarjetas, pero ninguna pasa. Ya nadie paga con efectivo, va a tener que dejar todo e irse con las manos vacías. Luciana sigue hablando, apoya su mano en mi brazo y me tira hacia ella. Mi cuerpo rígido con los pies clavados en el piso pierde el equilibrio, pero ella me ataja con ambas manos, como aquel primer día. Estábamos en la clase de teatro y pasamos a improvisar una escena. La sala era pequeña y María, la profesora, dijo que había venido más gente de la que esperaba. Ya era abril, pero el otoño aún no llegaba. Habíamos corrido, gritado, los cuerpos agitados y vencidos olían a sudor y expectativa. La acción nos había llevado a estar juntas sosteniendo una pared. Los cuatro brazos extendidos evitando que la pared se nos viniera encima. La voz de María venía desde atrás, todavía la escucho, que se caiga Paula, que se caiga todo. Mis brazos entumecidos de hacer tanta fuerza contra el vacío que se me venía encima. Luciana me miraba con los ojos bien abiertos, las fosas nasales dilatas, la respiración fuerte. Cuando cuento tres bajamos los brazos, uno, dos… mis brazos no se movían. Veía la nada sobre mí y mis pies clavados en el piso. Perdí el equilibrio y me atajó con sus dos manos. La pared había caído.
-Tu parto fue el más fácil. Llegaste sin dolor- repite mi madre con orgullo.
Cuando conocí a Luciana, ella venía de tres embarazos perdidos. Pero eso lo supe después, cuando nuestra complicidad actoral ya nos había hecho amigas. Hacía tiempo que no tenía una mejor amiga. Una amiga íntima, de esas con las que podés hablar de cualquier cosa, casi cualquier cosa. Después de la clase de teatro, nos quedábamos charlando en su auto repasando cada indicación de la profesora, cada gesto y lo que podríamos haber hecho mejor. Habíamos visto todas las obras en cartel y soñábamos con fundar nuestra propia compañía. Que sean obras de autoras, sólo mujeres, podríamos alquilar una sala chiquita y pedirle a María que nos dirija. A veces, se quedaba en silencio. Encendía el motor del auto y miraba hacia atrás, por el espejo retrovisor. Mejor vamos, se acomodaba los rulitos que le salían del rodete y arrancaba el auto.
Por fin, la fila avanza, me toca a mí. Meto la mano en el carrito para empezar a vaciarlo y Luciana me agarra de nuevo.
- ¿Nunca pensaste en volver? Yo lo pienso todo el tiempo.
La pared. La última vez que nos vimos, habíamos quedado para ir a ver Fauna, de Romina Paula. Después de la obra, fuimos a comer algo. Teatro y pizza, era nuestra tradición. Cuando pedí una coca cola, en vez de la cerveza de siempre, Luciana me miró como hacía en el retrovisor. ¿Qué puedo hacer? Vos sabés que queríamos ser padres, que me lo pidió en la luna de miel, este es su mayor deseo. Sí, el bebé está bien, no, no se me nota mucho, me puse esta remera, justo elegiste esta obra, no te quería decir que no. Hablé con María, en este estado no puedo seguir, tener el cuerpo disponible dice siempre, ¿te acordás que dice eso? Se acomodó los rulitos.
-Quisiera ser el padre de mis hijos- lanzó su carcajada y siguió recitando versos de Fauna.
Un día estábamos en la plaza con mi nene. Me pareció reconocerla de lejos. Esa silueta puro hueso y poca carne. Tenés que usar ropa holgada, le decía María, sentir un cuerpo que se expande. Guardé los juguetes en la mochila y metí al nene en el cochecito. Nos fuimos antes de que me viera.
-No, no pienso en eso- acomodé las cosas sobre la cinta de la caja registradora. Por suerte el posnet no falló y salí del supermercado sin mirar atrás, con los brazos cargados de bolsas.
Comments