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LA DESPEDIDA- Por Federico Agustín Gago (Buenos Aires, Argentina)

  • Foto del escritor: Pensando En Voz Alta
    Pensando En Voz Alta
  • 3 jun 2023
  • 4 Min. de lectura

Si no lo hago yo, lo hace otro. Te sentás en el escritorio, abrís la notebook y entrás a la reunión. Hacés las típicas preguntas al arrancar: ¿qué tal?, ¿cómo andas?, ¿qué fue de tu fin de semana? Maldita costumbre. ¿Por qué no ir al grano de una vez? “Hola, estás despedido. Te enviaremos los detalles por correo. Saludos.” Pero no funciona así. Toda conversación, por más seria que sea, debe arrancar con esa seguidilla de preguntas. Del otro lado, Mario, cuarenta años en la empresa. El pobre viejo de pedo sabe meterse en una meeting. Con los viejos es delicado. Uno creería que los viejos, felices, cobran la indemnización y se van a jugar al golf el resto de sus días. Pero resulta que tan acostumbrados están a trabajar, después de tantos años, que no saben hacer otra cosa más que eso.

Inhalás y exhalás. Le explicás al pobre Mario, de la mejor manera posible, que ya no va a formar parte de la empresa. Tratás de animarlo recordándole que una gran indemnización lo espera por todos sus años en “Sacrag Co.” Su mirada, perdida, se centra en algún punto fijo de la pantalla. Sus labios, apretados y sin una pizca de sonrisa, transmiten su descontento. Ya estará pensando en los interminables días en su casa. Aburrido y sin propósito. Teniendo que soportar a la fiera de su mujer las veinticuatro horas. Esperando el día en que se muera.

Sale de ese trance y te contesta con una cara de “forro, hijo de puta”, que entiende que ya cumplió su ciclo y que ahora podrá disfrutar de más tiempo para él y junto a su familia. Terminás la charla hablando de alguna boludez, como si no hubieras acabado de rajar al viejo, se saludan y cerras la compu. Listo, trabajo hecho. Ahora tenés treinta minutos para meter un coffee break. Estás por terminar tu cafecito cuando suena el teléfono. Es una llamada del sanatorio San Lucas. Ya sabés lo que vas a escuchar. “Su madre, falleció esta madrugada”, te dicen.

Bueno, ya era hora. Hace meses que estaba postrada en una camilla. Es lo mejor que le pudo haber pasado. ¿Y papá? Por fin va a poder descansar. Todo el día en el sanatorio. Además, verla así lo hacía pelota. Ahora va a tener tiempo para sus cosas. Y con la pensión de la vieja va a estar más que tranquilo. Cancelás la próxima reunión y salís para el sanatorio. Llegás, te anunciás en recepción y pasás a la habitación. Ahí está tu viejo, en lágrimas, junto a tu madre. Lo abrazás y le decís que cuente con vos para lo que necesite. ¿Qué otra cosa le podés decir? Te quedás un rato, hasta que salís de la habitación para comprar algo de comer. ¡Qué quilombo! Llamar a todos los familiares, arreglar con la funeraria, preparar todo. Ojalá fuese más fácil. Volvés con unos sandwichitos de miga, pero tu viejo ya no está en la habitación. Habrá ido al baño. Dejás la comida en una mesa y te acercás a tu vieja, para mirarla por última vez. Cuando estás por llegar a su lado, te tirás para atrás de un salto y te refregás con fuerza los ojos. Esa no es tu madre. Ni siquiera es una mujer. Volvés a abrir los ojos y ves que quien tenés enfrente no es tu vieja, sino que es Mario, ¡el empleado de tu empresa!

Balbuceando le preguntás qué hace acá, que está es la habitación donde estaba tu vieja. Te das vuelta porque alguien abre la puerta, y cuando volvés la mirada hacia la cama, quien está acostada vuelve a ser tu madre. La enfermera que entra pregunta si está todo bien. Resulta que del susto de ver a Mario te llevaste una bandeja puesta. Ahora quien entra es tu viejo. “¿Qué hacés con esa cara? Ni que hubieses visto a la vieja viva ", te dice. Te recomponés y le decís que te asustaste por la bandeja que cayó, que no es nada. Le avisas que trajiste unos sándwiches para comer fuera de la habitación. Pasás al pasillo y te sentás cerca de una ventana que da a un hermoso jardín. Te distraés un segundo con unos pericos sobre un árbol y cuando volteás para ver a tu padre quien aparece otra vez es Mario. Te cubrís la boca con la mano y abrís bien los ojos. No puede ser. De nuevo él.

Los gritos de unos nenes jugando en los asientos de enfrente te hacen volver a la realidad. El viejo te mira con cierto aire de desconcierto. “Hijo, mejor anda a descansar”, te dice. Asentís con la cabeza, lo saludás y te retirás. Tu vieja muerta y vos viendo al viejo del laburo en todos lados. Increíble. Van a pensar que enloqueciste. Llegás a tu casa y ya está cayendo el sol. Te desplomás en el sillón y prendés la tele. Está puesto el noticiero. Las noticias hablan, como de costumbre, de despidos masivos, de fábricas cerradas y de la crisis en el país. Entrecerrás los ojos para ver mejor las imágenes que van pasando. Detenés la vista en una en particular. A medida que vas acercando la mirada ves lo impensado. En una protesta fuera de una fábrica, aparecen entre la muchedumbre Mario y tu madre. O al menos eso pareciera. Te acercás un poco más para corroborar, pero te arrepentís y te echás para atrás. Te volvés a sentar en el sillón y cambiás de canal.


 
 
 

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