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La Cuqui- Por Luis Alberto Seroni (Bariloche- Río Negro, Argentina)

  • Foto del escritor: Pensando En Voz Alta
    Pensando En Voz Alta
  • 5 may 2023
  • 4 Min. de lectura

Siempre lo mismo, mi papá le dice a mi hermano mayor que se van de compras, y nos vamos a quedar los tres solos. Después mi mamá le pide a mi hermana que me cuide. Escucho dos vueltas de llave.

Mis hermanos salen corriendo al cuarto de mi hermana Matilde, se llevan los muebles por delante, como corriendo una carrera, también ellos le dan dos vueltas a la llave.

Yo me quedo en el patio con la Cuqui y los escuchamos reír, disfrutar de su jueguito, a mí nunca me invitan. No me importa, yo hablo con la Cuqui que me mira. A veces pienso que me va a contestar, pero nada. Llegó a casa el mismo día que el médico dijo que tenía paperas. Mamá la trajo envuelta en una mantita a mi cuarto, un pompón de algodón era.

Sale mi hermano del cuarto, colorado como un tomate, acomodándose la ropa, yo lo miro, él me mira y paf, un cachetazo. No entiendo por qué lo hace, a mí no me duele, bueno, me duele en el estómago. Es raro, a mí los golpes me duelen en otra parte del cuerpo, como cuando estaba mirando por el agujerito de la cerradura del cuarto de mi hermana.

Yo trataba de ver, pero la llave no me dejaba, pasó mi papá y paf, un cachetazo en la pierna, los cinco dedos marcados me dejó, sí, los cinco, porque yo sé contar hasta cinco. Me acuerdo que ese día fuimos al circo, de la mano con mi papá, y yo no podía dejar de mirar los dedos en mi pierna, colorados eran, como la cara de mi hermano cuando sale del cuarto de Matilde, así.

Estábamos sentados en la primera fila, los leones estaban tan cerca que me daban miedo, y mi papá que insistía ¿Querés que te compre pochoclos, Luisito? Como cinco veces preguntó, sí, porque hasta cinco sé contar. Y yo que no, que no tengo hambre, ¡mentira! me dolía la garganta del cachetazo en la pierna, la tenía cerrada, ni la saliva pasaba.

Yo, escupiendo entre mis piernas al piso de tierra y aserrín. A escondidas, porque a mi papá no le gusta que escupa. Aprovechaba cuando lo veía contento, riendo para no ligarme otro cachetazo. Fue lindo verlo feliz a papá, a veces le cuento a Cuqui: creo que a él le gusta más el circo que a mí, que me lleva como una excusa, y la Cuqui, como siempre, no dice nada. Pero creo que ella piensa lo mismo.

Me gusta meterme debajo de la bacha del lavadero y ver cómo gira la espuma en el lavarropas. Cuando entra mamá a buscar los broches o la tabla de planchar, yo me quedo mirando sus zapatos, siempre tan lustrados. Ella no me ve o hace que no me ve, pienso.

El otro día me subí al banquito blanco, ese que usa para colgar la ropa, lo puse al lado del lavarropas y después abrí la tapa, para ver cómo giraba la ropa. Me dieron unas ganas bárbaras de tirarme de cabeza. La Cuqui me miraba, y yo ahí pensando, me tiro o no me tiro. Al final metí la cabeza y me mojé los rulos. Después cuando estaba tomando la leche, mamá me tocó el pelo, yo me quedé quietito, pensaba que era una caricia o algo así, pero no. Dónde te metiste, me gritó y paf, un cachetazo. Estaba mi hermana Matilde y se rió a carcajadas. Las dos se burlaron de mí.

No me dolió el cachetazo, bueno después empezó el dolor de panza. Es así, a mí los golpes me duelen en otra parte. Pero no me importa, ya estoy acostumbrado. Ese día me fui corriendo al lavadero y me escondí debajo de la bacha, el lugar es frío, pero ahí no me molesta nadie, y viene la Cuqui a hablar conmigo, bah a escuchar. Ella entiende lo que me pasa.

El otro día de sobremesa, aproveché y le pregunté a mi hermana: ¿Che, a qué juegan ustedes en el cuarto? Silencio, mudos se quedaron, a mi hermano se le cayó la mandíbula, mi mamá puso cara de no saber, pero todos saben, al final cuando llegó la fuente de la fruta, agarré una banana y me fui al lavadero.

Hoy, a la hora de la siesta, estaba con la Cuqui en el patio y el Chulo, el perro del vecino, dale que dale ladrando y queriendo saltar el cerco. Estaba como loco el Chulo, nunca lo había visto así, con la lengua llena de baba, ladraba y buscaba por dónde entrar al patio. La Cuqui lo miraba como si nada, ni bolilla le daba. No sé bien cómo pasó, en un momento el Chulo estaba en el patio, arriba de la Cuqui, ella me miraba y el Chulo con la lengua afuera, movía el cuerpo de lo lindo. Después quedaron pegados, mirando uno para cada lado y el Chulo que quería saltar el cerco y la Cuqui que ladraba y lloraba. Y llegaron los estúpidos de mis hermanos y se reían. Y yo que no sabía qué hacer, por suerte llegó mi mamá con un balde y los mojó, ahí se calmaron. A mis hermanos también les hubiese servido ese balde de agua fría, así dejaban de molestar. Qué ganas de hablar me dieron.

Cuando el Chulo saltó el cerco, me fui con la Cuqui debajo de la bacha, todos se fueron a la cocina a ver el partido, al rato entró mi mamá para prender el lavarropas, se agachó y acarició a la Cuqui en la cabeza, pobrecita, dijo y se fue. Otra vez, me vinieron esas ganas de tirarme de cabeza adentro del lavarropas, busqué el banquito, me subí y levanté la tapa. La Cuqui que miraba como entendiendo lo que iba a hacer, al principio no quería entrar, la metí y puse la tapa. Me fui debajo de la bacha y la veía, girar y girar, la espuma entraba y salía de su boca, parecía reírse y movía las patitas contra el vidrio, de alegría. Todo giraba, las medias de futbol de mi hermano, la bombacha de mi hermana y la Cuqui.

Desde la cocina llegó el griterío del gol de Boca, todos lo gritaron, menos yo. Y la Cuqui, claro, que giraba y giraba, sin reírse ahora.


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