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Oscuro Aliado- Por Josefina del Pilar Lattus Gateño (Chile)

  • Foto del escritor: Pensando En Voz Alta
    Pensando En Voz Alta
  • 27 dic 2022
  • 7 Min. de lectura

El lugar estaba vacío. No había ni una gota de luz. Ni siquiera se podía divisar mi propia sombra. Un gato negro pasó por enfrente. Solo se notaban sus ojos verdes. Penetrantes. No entendía muy bien donde estaba. Me costaba acostumbrarme a la negrura. Al menos había logrado esconderme. Seguía con la sensación de entumecimiento. Un dolor punzante en mi estómago. Un líquido se escurría por entre las piernas. Estaba segura de que era sangre, pero no tenía cómo asegurarme. Podría haberlo lamido. Eso ya era una medida muy desesperada. Estaba exhausta. Mi respiración se entrecortaba. Mis pulmones no me dejaban dar bocanadas.

Me senté en el suelo. Cuando mis cachetes chocaron con el asfalto, retumbó todo el lugar. Me subió la sangre a la cabeza y se agitó mi respiración. Ojalá eso no los haya hecho descubrir donde estoy. Toqué un plástico. Por el olor podía adivinar que eran bolsas de basura. Vomité. Solo quedaba esperar.

Las luces azules tardaron en hacer su aparición. Cuánto las anhelaba. Dos hombres se bajaron del vehículo.

–¡Rita! – dijo el más alto. Apuntó con una linterna y me vio. Entre lo que efectivamente, eran bolsas de basura. – Unidad, la desaparecida está aquí. Por favor envíen una ambulancia urgente. Tiene sangre por todo el cuerpo y grandes laceraciones en su rostro.

Tenía miedo. No sabía si podía confiar en ellos. Sí, eran policías. Hasta donde yo podía ver. Mas, cabía la chance de que fueran ellos y yo ni en cuenta.

Llegó la ambulancia. Mi respiración se normalizó. Los paramédicos me dijeron que no me moviera y me hicieron una serie de preguntas para saber si estaba ubicada en tiempo y espacio. Obvio que sabría en qué día estábamos. Era 6 de agosto, mi cumpleaños. En espacio no tenía idea, pero esperaba que al menos estuviéramos cerca de Santiago.

La iluminación de la ambulancia hizo que me doliera la cabeza. Las luces eran demasiado brillantes y blancas. Al final cerré los ojos. No funcionó. Podía escapar de las luces, pero no de mi consciencia. Un ardor recorrió mi garganta. En cuestión de segundos estaba regurgitando. Otra vez color rojo. Otra vez el dolor desde las entrañas. Vi las caras en shock de los paramédicos. Yo estaba media ida.

–¿Qué le habrán hecho a esta pobre niña? – escuché decir a la chica que iba manejando. Todo era como si estuviese bajo el agua. Mi cuerpo no era mi cuerpo. Quería moverme. Las extremidades no me hacían caso.

El policía alto estuvo todo el tiempo conmigo. No sé si le daba susto que me fuera a escapar de alguna manera o mostraba una real preocupación por mí. El punto es que al menos no estaba sola. Ya había perdido mucho ese día. No necesitaba más.

Me dejaron en una habitación privada. Me examinaron hasta las axilas. A cada rato me preguntaban si estaba de acuerdo. Si es que quería seguir con el procedimiento. Yo solo quería que todo acabara pronto. Mi respuesta siempre era que sí. Que quería continuar. Algo dentro de mí me decía que no podía dar mi brazo a torcer. La impunidad no era una opción.

Después del examen llegaron los uniformados a interrogarme. Me lo esperaba. No tan rápido. Pero lo veía venir. Estaba claro que tenían que tomar una declaración. Yo seguía con los ojos cerrados. La luz era demasiado para mí. No podía darme el lujo de tener más angustia.

– Rita, necesito que nos digas, ¿qué pasó exactamente? – me preguntó el otro policía. Creo. Su voz era distinta a la del alto. Más ronca. Como si la edad se le pudiese distinguir solo por el tono de su voz.

– No sé, todo fue tan rápido. Estaba por la calle, fui a comprar unas cosas porque no tenía nada para comer. – la voz se me quebró. – Tomé un atajo. No tenía ganas de caminar tanto. Cuando pasé por el callejón, dos o tres hombres me agarraron del pelo y me arrastraron hasta un auto. Yo grité y pataleé, pero nadie escuchó.

– ¿Te acuerdas de algo más? ¿Cómo eran físicamente?

– No les pude ver la cara, estaban con unas máscaras de payaso. – Traté de entrever por mis pestañas, pero era muy molesto, la cabeza me punzaba. – Además, todo el tiempo me dejaron los ojos cubiertos con una cinta adhesiva. Cuando al fin me la pude sacar, me ardió un kilo. Aún no me acostumbro a la luz.

– Esto, ¿hace cuánto tiempo fue? – preguntó el alto.

– Ayer, todo pasó ayer. Un día antes de mi cumpleaños.

–¿Ayer? Rita, según tú ¿qué día es hoy? – el tono del policía era débil. Mostraba una cierta consternación.

– 6 de agosto.

Los policías me pidieron un minuto y salieron de la pieza. Le pedí a la enfermera si podía dejar las luces apagadas. De inmediato se frenó el dolor. Se me revolvieron las tripas. Entró la doctora para avisarme que debíamos entrar a pabellón urgente.

– Dado el aborto que tuviste, es necesario operar para sacar los rastros. Perdiste mucha sangre. – Nada tenía sentido, yo nunca estuve embarazada. Cómo iba a tener un aborto si no había nada que abortar.

–¿Aborto? – pregunté, mis pensamientos iban a mil por hora. No supe cómo gesticular mis palabras sin que salieran a borbotones.

–¿Nadie te dijo? – Se acercó a mí y agarró mi mano. Su contacto cálido me llenó el cuerpo de goce. – Mi niña, tuviste un aborto espontáneo, dado los golpes que recibiste.

– Perdona mi ignorancia, para tener un aborto ¿no necesitas estar embarazada? – La doctora se tensó e irguió su postura.

– Espera ¿no sabías que estabas embarazada? ¿pero cómo? Tenías al menos seis meses de embarazo. – La habitación empezó a tornarse de un color amarillento, veía puntos negros y sentía cómo la sangre se me iba de la cabeza. – ¡Hay que llevar a la paciente a pabellón ahora!

Recuperé la consciencia no sé cuánto tiempo después. Me dolía todo. Seguían custodiando mi pieza. Las luces volvieron a estar prendidas. Mis córneas palpitaban.

– Esta chica está en severos problemas, Gastón. – escuché que alguien decía a lo lejos. – Su secuestro fue hace cuatro años, ¿cómo es posible que pensara que todo pasó de un día para otro?

– La verdad es que no lo sé. Lo mejor es que esperemos para decirle. Debe tener un trauma severo. – no pude contener las lágrimas. Miles de recuerdos afloraron. Golpes. Cachetadas. Latigazos en la espalda. Hambre. Sogas atadas a mi cuerpo desnudo. Me tocaban, me violaban. Nunca les vi la cara. – Además de hacerle un aborto “casero”. A golpes.

Lancé un grito ahogado. Varios pasos se aproximaban. Recordé. La enfermera me acariciaba la cabeza. Quería que todo volviera a estar como antes. No quería saber. Me empecé a pegar en la cabeza con las manos. Cómo si eso pudiese borrarme la memoria. Mi única esperanza estaba muerta. A lo único que me aferraba era a ese niño que estaba en mi vientre. Por él me escapé. Planeé todo en silencio. Me había vuelto muy buena en distinguir sonidos. Esperé. Hasta que vinieran los cuatro. Cuando me poseían, me desataban. Querían mejor movilidad. A uno le mordí el miembro. Se lo saqué a tirones. Al otro lo pateé. Los otros dos me golpearon. Muy fuerte. Pero no me di por vencida. Les quité la pistola. Uno. Dos. Tres. Cuatro balazos. Una para cada uno. Y corrí. Hasta llegar a ese basural. Hasta que me encontré con el gato negro. Hasta que las luces azules se hicieron presentes.

– Los que me secuestraron están muertos. Yo los maté. – Un silencio profundo enmarcó el ambiente. Me imaginé la cara de expectación de aquellos que estaban a mi lado.

– Rita, entonces, ya recordaste. – Comentó el Gastón, el policía de voz vieja.

– Lamentablemente. – El corazón se me aceleró. – Por si necesitan agregar a mi historial médico, no es el primer embarazo interrumpido que tengo.

–¿Cómo?

–Verás. No sé hace cuánto tiempo fue. Dentro de esas cuatro paredes, estuve embarazada dos veces. Esta y la que les mencioné. Nadie se había dado cuenta hasta que se me empezó a notar la barriga. – Respiré hondo. – La solución fue llevarme a una “clínica” de abortos clandestinos. Fue la única vez que salí.

–¿Recuerdas algún otro tipo de información relevante? – Esta vez preguntó el alto.

–Se llamaban por sobrenombres. El Pintor. El Pelao. El Rata. El Flaco. Todos con un artículo por delante. – Mi estómago se contrajo. – El peor era El Rata. Era el que mandaba. El líder. Le gustaba pegarme. Una vez me rostizó la pierna. Me la puso en las brasas de una fogata que habían armado una noche fría. El Pintor trataba de detenerlo. Estoy casi segura de que él nunca me violó. Solo me sujetaba. A veces hasta me hacía cariño en la cabeza. Parecía que lamentaba la situación en la que estaba. – alguien carraspeó.

Las imágenes flotaban en el aire. Sensaciones. Ruidos. Y dolor. Mucho dolor. Esos hombres me usaron como a una muñeca inflable. Me tiritaba el cuerpo de solo recordar todo lo que viví. La única vez que intenté escapar. Vi la mitad del rostro a El Flaco. Mis intensos sollozos al descubrir que habían matado a mi hijo. Que me castigaran por querer fugarme. Me cortaron un dedo. De nuevo, el dolor que punza. Pero nada que el dolor que te sale de las tripas. Ese que no se va ni aunque encuentres al mejor doctor. La pérdida. El olvido. La esperanza que toca fondo.

–Una última pregunta, antes de que puedas volver descansar. – Me dijo Gastón. Como si de verdad fuese a poder pegar un ojo después de todo esto. - ¿cómo estás segura de que los mataste si estabas con los ojos vendados?

–Ese es el problema. No estoy segura. Y si me equivoqué, van a venir por mí.

2件のコメント


evelynpignani
2023年7月14日

Intensa la historia, bien contada

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j.i.rosales.q
2023年1月26日

Muy bueno el relato, me encantó!!

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