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Obediencia debida- Por Andrea García Parra (Provincia de Buenos Aires- Argentina)

  • Foto del escritor: Pensando En Voz Alta
    Pensando En Voz Alta
  • 27 dic 2022
  • 3 Min. de lectura

Desde que entraste a trabajar a la municipalidad tus compañeros de la agrupación te lo habían advertido y no los escuchaste.

Tu nuevo empleo te tenía tan ilusionado que todo lo que acontecía en el horario de siete a catorce era lo mejor que te había sucedido en la vida. Era el laburo ideal para tener otra changa por la tarde, o estudiar alguna carrera corta para obtener otra capacitación extra.

El salario era casi mínimo, pero con tus capacidades sabías que harías carrera enseguida, y mejorarían tus ingresos.

En la entrevista de admisión, desde el área de recursos humanos te comunicaron que el puesto de trabajo era el especifico para vos por tus conocimientos en sistemas.

El pecho se te hinchaba de orgullo pensando que ibas a aplicar aquello que era tu pasión. Por fin tus metas comenzaban a cumplirse, pensabas. La sonrisa había vuelto a formar parte de tu rostro.

Luego de aquella primera semana laboral en el centro de monitoreo de cámaras de seguridad, percibiste que algo no funcionaba de acuerdo a la promesa inicial del contrato de trabajo. Te sentaron frente a un monitor gigante desde donde tenías que controlar sesenta cámaras de seguridad que estaban distribuidas por toda la ciudad. Tus ojos de pronto se clavaban en esa pantalla que te habían asignado y sentado en esa silla rígida en la que debías pasar siete horas .

Sólo podés pararte para ir al baño, no se te ocurra abandonar el puesto. Te dijeron ese primer día.

Acá hasta el Intendente nos controla desde su celular, comentaban tus compañeros.

Vos debías controlar las cámaras , pero existían otras cámaras que te controlaban a vos.

La oficina estaba en un segundo piso. Las ventanas estaban tapadas con cartones, ya que el reflejo de la luz del día no permitía observar bien las pantallas. Doce puestos de trabajo se distribuían en un espacio de cuatro metros por cinco. En un rincón sobre la esquina de los ventanales estaba la oficina del director del área, cercado con vidrios. La disposición de su escritorio era de frente a todo los que trabajaban en el piso. Desde allí tenía la fotografía panorámica completa de todo lo que iba sucediendo en cada jornada laboral.

El centro de monitoreo estaba abierto las veinticuatro horas y a veces se hacían turnos rotativos. En algunas ocasiones te tocó ir a cubrir un puesto a la noche, eso te había ocasionado varios inconvenientes con el otro trabajo y con tu familia especialmente. Pero como eras nuevo tenías que pagar el derecho de piso te decían tus compañeros. No podías negarte al cambio de horario.

Ese primer año llevabas la camiseta bien puesta, esa celeste que usabas de uniforme, con un logo en azul y amarillo : Alerta Municipal 101.

Ese fue el tiempo suficiente de tu paciente resistencia y acatamiento a las reglas rígidas, solo para unos pocos.

En épocas electorales trabajaste para la agrupación en la que militabas desde la adolescencia.

Trabajaste para la oposición a la gestión municipal.

Un solo comentario político en Facebook fue suficiente.

¡Traslado urgente!. Fue la orden del intendente.

Un solo grito bastaba.

Solo un grito fue suficiente. En solo cuestión de horas el decreto de tu traslado al Cementerio estaba firmado.

Aquel era un destino para los desobedientes.

Pensaste en renunciar, pero tu mujer estaba sin trabajo.

Con resignación el lunes siguiente a primera hora te presentaste en el lugar indicado.

Te adjudicaron la nueva función: sepulturero.

Asumiste el rol de una manera tan literal que te sepultaste. Te hundiste entre las sombras que te aún continúan persiguiéndote.

Te tocó limpiar cadáveres, reducir restos, limpiar sepulturas con féretros rotos.


Te tocó limpiar el depósito donde habían quedado los restos de los ocho ancianos que habían fallecido en el incendio del geriátrico. Esos cuerpos carbonizados que emanaban olores a carne quemada, en estado de descomposición.

De pronto el sepulturero te sepulto la vida.

De pronto tu cuerpo se había encorvado, tu paso enlentecido y tus ojos solo se fijaban al piso cuando te desplazabas.

Tu ropa había crecido unos cuantos talles.

Hoy pareces una bolsa con un cuerpo adentro.

Un cuerpo que molesta. Fantasmas que te acosan.

Tu falta de higiene fue el móvil perfecto para alejar a tus afectos . Tus compañeros ya no se te acercan.

Tu mujer y tu hijo ya no te esperan.

Te sentías protagonista de una película de terror, le habías comentado al médico que tuvo que expedir tu certificado de licencia psiquiátrica.

Ahora estás a la espera del próximo decreto.

Pero hoy no es época electoral. No hay urgencias ni castigos.

1 Comment


graciela novinic
graciela novinic
Jan 27, 2023

Excelente cuento! trabajo en la gestión publica y me movilizó muchísimo. El final me cortó la respiración, felicitaciones!

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