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Duraznos en asilo- Por Yésica Ariana Martín (Provincia de Buenos Aires-Argentina)

  • Foto del escritor: Pensando En Voz Alta
    Pensando En Voz Alta
  • 10 nov 2022
  • 5 Min. de lectura

No me lamento de haberte tenido cerca, tampoco quisiera buscarte de nuevo, te veo en esa taza que descansa en la mesa de luz y no puedo no recordar el día que te conocí, pero es aquello tan añejo que me carcome el estómago como si ese fiel recuerdo fuera parte de mis entrañas pero a la vez de mis olvidos. Y hoy Miguel, hoy estás acá, sentado, con este frío que te entra en las patas, porque las pantuflas se desdoblan, se le hicieron algunos agujeros, se llenaron de añoranzas, de suspiros. Miro la taza, el té está tan caliente, y se me viene a la mente también cuando me traías el té a la cama con las galletitas de siempre, con el calor en las manos y el frio en la mirada. ¿Qué te pasó Miguel? ¿Qué fueron todos esos años en la cornisa, en el amor acostumbrado en la vereda mirando pasar la vida? Los días se desdibujan cuando miramos para atrás, sí, pero también nos estrujan la panza. ¿Miguel qué hiciste? ¿Tantos años con ella, y tantos años sin vos? Tantos años contemplando sus esperanzas y deshaciéndote de tus anhelos. Y te levantabas temprano, ibas a la cocina, el té caliente, las galletitas, la espalda de ella encorvada, la acariciabas, qué costumbre, buen día, un beso y a trabajar. Ella ahí te esperaba, siempre con su batón floreado, siempre con el té, siempre con su buen día, con su espalda. Miguel, te hubieras ido, te hubieras teletransportado al amor, pero ahí solo te sentenciaste a lo de todos los días, Miguel, ¿por qué no te fuiste? Si los días eran iguales casi como las baldosas del patio con algunas roturas, con chicles pegados, con la caca del perro, con el agua de la lluvia que se amontonaba en el rincón y siempre había que ir a barrerla porque no había forma de que se evapore, ni con los días de sol, ni con el viento. No te fuiste, no te fuiste porque tenías miedo, tenías hambre de compañía, espanto de la soledad. No conocí a ninguna otra mujer como ella. No conocí a ninguna otra mujer. En esos años solo me acomodé en su pecho, fue placentero, me encontré conmigo mismo, eso decían, me había salvado, eso decían, me habían coronado con una mujer, bella, esbelta, buena ama de casa y yo en ese momento tuve que salir a trabajar, en seguida, tenía que llevar la plata a casa y ella me esperaba con el té, con las galletitas, a veces un beso a veces un buen día. Y yo la besaba, y los años me llevaron a besarla como quien mira las nubes y no las entiende, como quien le busca a las nubes una forma particular y en realidad son simplemente eso, nubes. Aburridas, deformes, blancas, lentas, no sé cómo se forman, o cómo se mantienen en el cielo, bueno así, los besos con ella. Así mis días, a veces tormentosos, sin nubes pero sin sol. ¿Qué hiciste Miguel? Si solo era ella una simple mujer que te esperaba, te arropaba, te calentaba y te despedía a la mañana cuando te ibas a trabajar. Y ahora estás acá, y te mirás las pantuflas y querés salir corriendo pero sabes que el Parkinson no es un buen amigo del equilibrio, sabes que los años se apoderaron de tu cadera. Menos mal que está ella. No la que te robaba los días. Ahora es ella, mirala. Ahí viene. Viste, las pantuflas ahora ya no las ves tan rotas o tan deshilachadas, las ves, y eso te llena de valentía. Y ahí está ella como el brillo de la mermelada de durazno, un poco rosada un poco translucida. ¿Qué esperas Miguel? ¿Que se la lleven? Andá, hablá, decile, contale, chocala, mirala, sentila. Ella es la mermelada de este tiempo. No ves que desde que llegó no dejás de predestinarte a su olor, a sus manos como papel en el cesto. Y se cae el peine con el que tratás de peinarte los pocos pelos que te quedan en tu cabeza ¿Dónde está el perfume? No me vas a decir que lo dejaste en el mueble de atrás, vas a tardar diez años en llegar hasta allí. Pero no podés estar sin perfume, ¡dale! Y caen los pies en el suelo, caen con las pantuflas resacadas, casi que el talón toca el piso frio del asilo de morondanga éste al que te trajeron tus hijos, pero no te preocupes, todo sea por oler bien y que ella sienta ese perfume de Dios. Creo que era algo así que se llamaba. No sé, por momentos tenés lagunas en la mente, sobre todo cuando llega ella, el durazno en compota también te gusta, por eso debe gustarte ella, ¿viste que bien huelen los duraznos? Y la piel del durazno. Los pies, entre las pantuflas perforadas y los talones invernales se sienten pesados aunque yo sienta que voy volando por la estratosfera. Y llego a ponerme el perfume. Creo que estoy bien. Y llega ella, sus pantuflas del color del pan recién sacado del horno, ahí estás, sonriente, algunos parpadeos de esos que me endulzan la hombría. Ya no tengo recuerdos ni añoranzas. Tengo este destino marcado pero no quiero un destino como el de aquella única mujer que conocí en mi vida. Quiero que esta vez la suerte la manejen mis deseos. Buen día, le dije. ¡Buen día! ¿No había otra cosa peor que decirle? Me sentí un boludo. Hermoso día, me dijo ella. No sé, me quedé paralizado. La suerte no llegaba. Y yo tenía que hacer algo. Dale Miguel. Y ahí todo estalló en el comedor. La invité a sentarse conmigo en la mesa del inmundo comedor. Pero ¿sabes qué? Cuando la tuve en frente estaba en Paris, en las Islas Fiji, en un globo aerostático, en la profundidad del océano. Los años no me importaban. El deseo era hoy, así, con ella, perfume de durazno, piel de durazno, voz de mermelada aterciopelada. Y los años importaban cuando pensaba en mi pasado y sollozaba por haber destinado mis días a unos tés baratos y unas galletitas iguales, como las baldosas del patio y unos batones floreados hastiados, molestos, grises, negros, melancólicos. Y los años me pesaban, me miraban negando con la cabeza, asintiendo con el corazón. Es hoy Miguel, las flores del duraznero florecen algún día. ¿Sabías miguel? El duraznero se cultiva en invierno para que florezca en primavera. Como si este asilo repugnante supiera de eso. Ella es hoy, el durazno y la flor, la primavera que llega después del suelo invernal con estas pantuflas hedientas. Te miro, y no puedo creer que estés acá, tomando este té conmigo aquí en Paris o en el asilo. Tus ojos me llenan de dulce translucido, estás hermosa hoy, y mañana. Mañana tal vez te acerques y yo ya haya cambiado mis pantuflas.

1 Comment


Yesica Ariana Martin
Yesica Ariana Martin
Jan 26, 2023

Gracias Gise por compartir nuestras obras. Por acompañarnos en nuestros pequeños proyectos. Y por estar siempre... 😘

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